miércoles, 28 de diciembre de 2016

ANTE EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL POETA RICARDO MOLINA



José María de la Torre
Catedrático jubilado de IES

            Hoy, 28 de diciembre, se cumple el centenario del nacimiento del poeta cordobés Ricardo Molina Tenor. Nació el 28 de diciembre de 1916 en Puente Genil, en la calle Don Gonzalo, nº 13, desde cuyo balcón escuchaba, cuando niño, los rumores de las aguas del Genil, según evocó muchos años después. Hacia 1925 emigran los padres de Ricardo  y sus hermanos, Enrique y José, a Córdoba para mejorar la economía familiar estableciéndose primero en la plaza Cañas nº 8, luego en la calle Rodríguez Marín nº 40 y, finalmente, en la calle Emilio Castelar nº 74. Dos años después de haber llegado a la capital, tienen sus padres a su hija Flora. Al año siguiente R. Molina emprende los estudios de bachillerato en el instituto provincial de Córdoba, que los termina en el curso de 1933-1934 con excelentes resultados. En el subsiguiente curso (1934-35) comienza los estudios universitarios. En estos años combina estudio y trabajo impartiendo clases junto con su tía Rosario, maestra particular. No pudiendo estudiar como alumno oficial, por carecer de medios económicos, lo hace como alumno libre. Estudia Filosofía y Letras, sección de Geografía e Historia, en la Universidad de Sevilla. Como sobreviene la guerra civil española, acabará la carrera en 1940. Durante la guerra participa en la misma en el frente de Peñarroya-Pueblonuevo. Terminada la contienda, empieza a ejercer como profesor en distintos centros docentes de Córdoba: Academia Espinar, Academia Hispana…, hasta que en 1966 obtiene por oposición la plaza de profesor agregado de Lengua y Literatura Española en el instituto Séneca de Córdoba, que la conservará hasta el día de su muerte, acaecida el 23 de enero de 1968, tras una larga enfermedad cardiovascular.
            A la par que esa vida de formación y trabajo, R. Molina desplegó una actividad literaria y ensayística, impropia de un profesor de provincia. En la encrucijada cultural cordobesa de los años 40 se erigió en un ilustrado. Fue motor y alma de la revista Cántico, de tanta trascendencia dentro del raquítico y endeble panorama poético español de posguerra. Se inició en el mundo de la creación poética siendo muy joven, pero se dio a conocer con su poemario El río de los ángeles (1945), al que le siguieron Tres poemas (1948), Elegías de Sandua (1948), Corimbo (1949), con el que obtuvo el premio Adonais de ese año, Cancionero y Regalo de amante (1975), Elegía de Medina Azahara (1957), La casa (1966) y A la luz de cada día (1967). Dejó, a su muerte, listos para la imprenta, Psalmos (1982) y Homenaje (1982), como otros muchos poemas. Al lado de esta faceta lírica, R. Molina cultivó el artículo periodístico, la crítica literaria, la prosa, el ensayo y el teatro, destacando en el mundo del flamenco con obras del fuste de Mundo y formas del cante flamenco (1963), en colaboración con Antonio Mairena, o Misterios del arte flamenco. Ensayo de una interpretación antropológica (1967). En la parcela del ensayo yo destacaría Función social de la poesía (1971). En el campo de la prosa merecen destacarse Campos de Córdoba (1963), Tierra y espíritu (1965) y Glosario andaluz (1968), que vio la luz unos meses después de muerto R. Molina.
            Nuestro escritor murió relativamente joven. No vio ni vivió la fama de que goza hoy su figura y obra. La miel le fue negada en vida. Pero queda su obra. Por ello, aunque los actos y homenajes a Ricardo Molina que se proyectan para el año próximo tendrían que haberse programado para este que va a terminar, bueno sería que fueran dignos del escritor: un alarde en todos los terrenos y facetas de su vida y obra. Es decir, estudiosos, críticos, particulares e instituciones deberían pasar de los actos localistas, ramplones y vulgares a ensanchar su biografía y a ampliar el conocimiento de su obra a través de trabajos, estudios enjundiosos y ediciones críticas o no para que sea conocido mundialmente, pues R. Molina es un poeta de impulso y peso universales, como prueba sobradamente su universo poético.

sábado, 24 de enero de 2015

EN TORNO AL PINTOR ÁLVAREZ ORTEGA

RAFAEL ÁLVAREZ ORTEGA: ¿PINTOR-POETA O POETA-PINTOR?

            Al hablar de la personalidad artística de Rafael Álvarez Ortega, yo no sabría distinguir bien si su arte proviene del binomio pintor-poeta o de la bicefalia poeta-pintor. Tampoco sabría decir si, cuando coge el pincel o el lápiz, hace poesía o si, al tomar la pluma, crea lienzos que llenan nuestros ojos de besos amarillos y de una fulguración irreal. Tal vez, adivino, sea ambas cosas. Pero, entiéndase bien, tal vez lo sea no porque yo esté tratando de resucitar el clásico principio estético (muy en boga en los años 40 y 50 entre los críticos y estetas españoles) de que el arte es un único lenguaje plasmado en diversas formas: poesía, pintura, música, etc. No se trata, pues, de atribuirle, como románticamente se atribuyó a otros artistas plásticos de la posguerra española, aquello que se dio en llamar, desde Gregorio Prieto, "Poesía en línea", sino que se trata de presentar a un artista, capaz de crear dos mundos que se implican, uno sonoro y otro plástico, o uno plástico y otro sonoro, como expresión dual de un único genio. Por tanto, Rafael Álvarez Ortega es pintor y poeta o poeta y pintor, ya que su obra total constituye un rico e inefable libro para mirar y un insondable mar para leer.
            En efecto, cuando uno tiene la suerte de contemplar los dibujos, las tablas, los lienzos, etc., de Álvarez Ortega y de conocer su poesía -inédita aún, salvo, que yo sepa, dos poemas publicados en la revista Cántico, y otro en Áglae-, las asociaciones de ideas y de correspondencias saltan al momento. Así, si los dibujos de la serie "Santa María de Trassierra" nos llenan los dedos con las hojas de la jara, sus poemas huelen a resina y cantan muchas veces al campo, al ciprés y al pino; si el deseo es acuciante y patente en sus "Desnudos", en sus versos ese deseo se torna urgente y apasionado ardor, como puede leerse en el siguiente poema, de ecos ricardianos, titulado "Elegía":

                                   Muchas veces lo dijiste,
                                   pero yo era demasiado niño.

                                   Te echaba uvas en el vino
                                   o escribía cosas en el mármol.

                                   En los ojos del puente,
                                   apretando la cara en la hierba,
                                   murmuraba como si nadie lo oyera:

                                   "Ámame ahora y no luego,
                                   ahora y no mañana."

                                   Pero yo era demasiado niño.

            Igualmente, así como los dibujos de "Las siestas de agosto", con sus trazos indolentes, su espíritu pánico, sus líneas oferentes y la naturaleza en su plenitud total, conforman un canto a la vida, así también sus versos nos sacuden con sus notas para que nos abandonemos al

                                   Verde jardín tranquilo
                                   donde siempre la vida
                                   pide más vida
                                   y el amor un veneno mortal.

            De otro lado, si los dibujos de la serie "Platero", que sirvieron para ilustrar la inmortal obra del onubense, plasman el espíritu juanramoniano a la vez que lo recrean, no les van a la zaga estos versos del poema "Huerto de olivos":

                                   Tronchan sus manos bambúes dorados,
                                   mimbres purpúreos entrecruzan sus dedos,
                                   malvas y lilas se enredan por los brezos,
                                   oropéndolas secan sus ojos irritados.,

o como éstos otros, en los que la voz pinta una situación tan tierna que no sabríamos delimitar el dolor de la queja, la angustia de la solicitud:

                                               Deja la rosa, chiquillo;
                                               chiquillo, no cojas flores.
                                               Esa rosa tiene espinas.
                                               Guarda tus manos, no toques
                                               la rosa de los amores.

            No por chauvinismo, sino por querencia a la tierra, Córdoba no podía faltar en un cordobés de pro. Lo atestiguan tanto la sección de dibujos llamada "Córdoba", como el poema "A Córdoba". Pero, ¡ojo!, no estamos ante una Córdoba idealizada, etérea, lorquiana o gongorina. La Córdoba que ve, canta y siente Álvarez Ortega a finales de los 40 y principios de los 50 es ésta:

                                   Albercas perfiladas de barandas,
                                   hierros en arcos de luna
                                   atrapados en verdes hundidos.

                                   Curva de río
                                    como un brazo de mercurio echado.

                                   Casas viejas te lleva.
                                   Sus tejados hundidos.
                                   Veletas encalladas al oeste.
                                   Campanas partidas
                                   sonando como cantos de grajos.

                                   Espadañas que no se te reflejan.
                                   Viejas puertas y muros derruidos.

                                   Noble sierra escondida entre pinos,
                                   corchos y manchones de jarales.

                                   Fuiste un sueño.
                                   Hoy sólo eres ruina.

            El mundo clásico de la serie de dibujos "Bellas Artes", como la titulada "Clásicos" queda estilizado hasta llegar a la nota de la esencialidad, así también esa delicada armonía y equilibrio están apresados en, por ejemplo, estos versos esenciales:

                                   El aire húmedo del encinar
                                   acariciaba
                                   los cuerpos tendidos en la noche.

            Como no deseo alargarme demasiado, podríamos convenir en que el conjunto de dibujos de Álvarez Ortega es una combinación sinfónica de formas y líneas que despide humanidad, vitalismo, desgana, virtuosismo, sensualismo, ritmo, magia..., lo mismo que su obra poética trasmina melodías, vuelos, y latidos, procedentes de los más dispares seres de la creación, conformes al principio de que el lenguaje bello se discrimina sólo en los centros receptivos del interlocutor de la obra, que, en el caso de Álvarez Ortega, es llevada a cabo, dicíendolo con palabras del gran Ricardo Molina, por una

                                   Sabiduría juvenil de flores,
                                   lunas, ríos, alamedas, yo quisiera
                                   poseerla cual tú y hacerla mía
                                   en la palabra como tú en la línea.,

o como, asimismo, vio algunos años antes Juan Bautista Bertrán, cuando escribió:

                                   La mirada del lírico se entrega
                                   en línea firme y musical y leve
                                   con un poder y gracia de ala en vuelo.,

y termina diciendo:

                                   ¡Qué mensaje de lirio en este pálpito!
                                   Como un canto, la flor da su perfume.
            En cualquier caso, si hoy estamos aquí congregados, es porque la sombra creadora de Rafael Álvarez Ortega impide que sus dibujos y versos envejezcan, y, así, a través de su tersura, y pulcritud, nos dice, recordando unos versos de Mariano Roldán:

                                   "Sí, hasta aquí
                                   llegué, de aquí ya no me muevo
                                   y el que ojos tenga, vea, y si no ve, que
                                   rabie".

            Por último, no querría terminar mis palabras sin expresar mi más sincero agradecimiento a Pepe Jiménez, por haberme invitado a abrir el curso 2000-2001 de la galería Studio 52 Juan Bernier, precisamente cuando dentro de poco se celebra el cincuentenario de la apertura de la Sala de Exposiciones Municipal de Córdoba, que otrora albergara a tantos y tantos pintores. A él, seguramente, otros artistas le dirán aquellas palabras que escribió Cervantes en el capítulo II de su monumental obra Don Quijote de la Mancha: ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a aquien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras! Y a todos ustedes, por haber tenido la paciencia de soportarme durante estos minutos, muchas gracias.

José María de la Torre

viernes, 21 de junio de 2013

DIARIO DE RICARDO MOLINA

INTRODUCCIÓN














Algo mío quedará entre los hombres,
así flotante pluma habla del ave ausente.

(Ricardo Molina)

           


Desde hace ya algunos años vengo ocupándome de la vida y obra poética de Ricardo Molina. Sin embargo, nunca se llega alcanzar la cima y decir la última palabra. Siempre hay que estar atento a nuevos descubrimientos e incluso hay que rectificar opiniones que creíamos antes ser ciertas, debido a esas nuevas revisiones. En el caso de nuestro poeta esto sucede con su Diario, publicado por mí en 1990. Aquella edición necesita una nueva redacción, no en su parte nuclear, sino en algunos puntos, para poder acercarse más a la realidad e intencionalidad del escritor cordobés.

1. Descubrimiento de los manuscritos

            R. Molina no nos dejó en sentido estricto un diario recogido en un manuscrito articulado y listo para su publicación. El poeta se limitó a plasmar unos apuntes diseminados en hojas sueltas y libretas, si bien desde su más temprana juventud. Dichos manuscritos se encuentran repartidos entre Córdoba e Ibiza. Fue aquí, creo que en el verano de 1985, donde descubrí el grueso de lo que he dado en llamar Diario de Ricardo Molina. Más exactamente, fue su sobrina quien me informó del documento, guardado por ella en la biblioteca de su tío. Fue esta parte la que consideré como el Diario del poeta. Los otros manuscritos hallados en Córdoba los di entonces como apéndices. Y otros se quedaron atrás, por distintas razones. Hoy, en cambio, procede una nueva estructuración de los mismos.

2. Estado de los manuscritos

            Los manuscritos encontrados en Córdoba están repartidos entre hojas sueltas y una libretilla con diversos apuntes, además de los que constituyen el Diario. Todas las consignaciones llevan fecha de escritura, salvo en uno o dos casos. En cambio, los descubiertos en Ibiza, en el momento de mostrármelos la sobrina de R. Molina, eran un amasijo de cuartillas escritas por el autor de Elegías de Sandua. Por tanto, si queríamos leer todos los apuntes con una visión de conjunto y coherencia, se imponía una labor de articulación. En aquellos momentos no podía entretenerme en realizar ese trabajo porque estaba dedicado a escribir mi tesis doctoral sobre el poeta. Así que lo que hice fue tomar unas cuantas notas que me sirvieron para redactar parte de aquel estudio, aunque tuve la curiosidad de anotar el orden y el número de las hojas que componían aquel conjunto.

3. Articulación de los manuscritos

            De vuelta ya a Córdoba, y tras unos meses, le rogué a su actual dueña que me enviara una copia facsímil del Diario, con el fin de trabajar más sosegadamente sobre él. Una vez que lo tuve bien estudiado y dispuesto para una posible futura edición, di cuenta del mismo en las páginas de Cuadernos del Sur, Suplemento literario y cultural del diario Córdoba, en enero de 1988, con motivo de la conmemoración del vigésimo aniversario de la muerte de Molina. Fue entonces cuando redacté un breve comentario sobre él, y se publicaron unos cuantos pasajes del Diario bajo el título de “Fragmentos para una biografía”, puesto que no se consideró oportuno ofrecer más a la luz. Es ahora, en cambio, cuando puede editarse para que el lector goce con su lectura y conozca una etapa de la vida del poeta hasta ese instante bastante oscura.
            Como he dicho hace un momento, el Diario de R. Molina se encuentra desarticulado. Obviamente, ante dicho estado, el primer cometido era tratar de recomponerlo. La labor no se presentaba fácil. Después de leerlo varias veces, y sirviéndome de los rasgos gráficos y estilísticos, de los datos cronológicos que figuran en bastantes de sus hojas, y del contexto histórico y temático, distribuí sus hojas en tres grupos: las de fecha segura, las datadas incompletamente y las que carecen de ella. Las hojas del primer conjunto, como es lógico, las ordené de fecha más antigua a más moderna. Los dos bloques restantes los fui colocando teniendo como punto de referencia el primero. Así, comparando los caracteres gráficos y estilísticos de las hojas del segundo grupo con las del primero, pude conseguir insertarlas en su lugar pertinente dentro del Diario. Las del grupo tercero fueron colocadas asimismo en su sitio
con el contexto y estilo, y también porque manejé otros documentos de Molina, sobre todo, las cartas que el poeta le escribió a su amigo Miguel Molina Campuzano. No obstante, pese al esfuerzo y mis deseos, me ha sido imposible identificar y fechar con seguridad dos páginas completas, recogidas en el Apéndice I. De ellas, la primera es muy probable que fuera escrita entre 1939 y 1942, ya que contiene referencias a poemas de Molina compuestos por aquellos años; estos fueron traspasados posteriormente, si mi suposición es cierta, a su poemario El río de los ángeles; asimismo, los tres apuntes siguientes de esa misma página pudieron ser redactados en algunos de los viajes que R. Molina hizo a Sevilla para realizar algún examen de la carrera o tramitar algún asunto relacionado con sus estudios universitarios durante aquellas fechas, según sabemos por otros documentos. La segunda página, de las dos, está descontextualizada, por lo que es aún mucho más arriesgado fechar y ubicar en su lugar adecuado. Por tanto, el resultado de la labor tejedora que llevé a cabo durante todo aquel tiempo es el que ofrezco en esta edición del Diario de Ricardo Molina.
            Cuando examiné la serie de papeles y cuartillas que conforman el Diario estaba dentro de una doble hoja, reducida a las dimensiones de una cuartilla, que hace las veces de una cubierta. En la cara externa rezaban el título: "Diario 1939 a 1946" y, debajo, las iniciales correspondientes al nombre y apellidos de su autor: "R. M. R.". Entre ese título y el contenido no hay exactas correspondencias, porque en el interior del pliego se encuentran unas hojas de 1937 y 1938. Esta adición al núcleo fue probablemente posterior a la primera intención de Molina, puesto que, de lo contrario, el poeta habría titulado Diario: 1937 a 1946. Este simple hecho me lleva a creer que R. Molina deseó legarnos, ante todo, unos apuntes posteriores a la Guerra Civil, sin embargo consideró conveniente agregar a aquellas hojas otras escritas con anterioridad a 1939. Tal realidad nos sirve también para conocer que nuestro escritor empezó su Diario a partir de su más temprana juventud, prolongando su actitud hasta fechas posteriores a 1946, según he podido comprobar en papeles manuscritos sueltos; algunas de las notas que en ellos figuran aparecieron  publicadas en la revista Ínsula (nº 69, 15-X-1951, pp. 1-2) con el título "Ita et Nunc (Hojas de un Diario)". Las de más interés las recojo en los Apéndices II, III y IV. Así pues, lo que aquí denomino Diario de Molina es una selección realizada voluntariamente por el poeta cordobés entre los diferentes "diarios" que fue escribiendo entre 1937 y 1946, y donde compila no sólo sentimientos, sino también una temática muy variada, como se observará después.
            Y ¿por qué adoptó R. Molina una actitud tan crítica al no dejarnos todas las experiencias y pensamientos que fue apuntando con singular escrupulosidad durante esos años? Las razones son de distinto carácter. Según parece, la destrucción de tantas y tantas hojas se debe a su carácter reservado y voluntad de proporcionar lo más sazonado. La hipótesis se fundamenta en estos hechos: Primero, no hay ni una línea en el Diario en que aflore su conocida homosexualidad; la inclinación heterosexual sí aparece. Segundo, la conducta crítica e irónica que observó con ciertos personajes de la época no brilla en sumo grado, sino sólo el necesario y poco heridor. Y tercero, resulta elocuente y sospechoso que el poeta rompiera apuntes de años muy significativos en su vida, como lo de octubre de 1945, o no recopile ninguna anotación de 1941.
            A pesar de todo, la merma no obsta para que, a través de las páginas conservadas, podamos llegar a descubrir claves y aspectos interesantes para la elaboración de una biografía de R. Molina, así como intentar trazar un perfil del ambiente sociocultural de la Córdoba de la inmediata posguerra española. Consecuentemente, el Diario del poeta cordobés es un fiel reflejo de su personalidad dual desgarrada y su entorno, vividos durante cerca de una década.
            En ese sentido, por las hojas del Diario fluye el hombre tanto exterior como interior, situado y bien plantado en el momento histórico que le tocó en suerte vivir en Córdoba. Sin necesidad del pormenor, en el Diario encontramos recogidos experiencias de la Guerra Civil, ciertos aspectos de la prehistoria poética de Molina, su afición a la música, lecturas de obras literarias, históricas y filosóficas, comportamiento amoroso y sentimental, ideas y pensamientos en torno a la religión, moral, política. Etcétera. Igualmente, a través de sus páginas se manifiesta el ambiente cultural de la ciudad cordobesa, deja traslucir características de personas y fija fechas de las reuniones de la "Peña Nómada", etc. Estas hojas, pues, vienen a corregir algunos errores propalados por una crítica poco rigurosa en algunos casos, pero asimismo confirman suposiciones de otros estudiosos de Molina. Así, pues, desde ese punto de vista, estas páginas del poeta cordobés se yerguen en un diario de hechos y en un "idearium", como el propio Molina escribe en una de ellas. Su valor, por tanto, es histórico-biográfico. Sin embargo, el interés literario, aunque no alcance las cotas de aquel, resulta también importante.
            En ese último aspecto, he de advertir que R. Molina no se propuso escribir unas notas con primor y belleza literarios; le bastó recoger impresiones al desgaire, simplemente. No obstante, a pesar del lenguaje espontáneo, por aquí y por allí surcan a través de sus líneas auténticos aciertos estilísticos, que discurren diáfanos. Por consiguiente, la primera y principal carcterística que he observado es la naturalidad del lenguaje y de pensamiento. Esta elegancia natural es la que hace que uno no se canse leyendo este Diario, pues no se torna nunca en un cronicón. A ese rasgo habría que añadir la precisión, por momentos, y la claridad de ideas y sensaciones, recogidas y procedentes de la vida misma y no elaboradas en la mesa de trabajo. De ahí que, asimismo, leamos verdaderas líneas salidas de una pluma contradictoria, como el vivir cotidiano.
            Tal espontaneidad, justo es destacarlo, comporta imprecisiones en títulos de obras, nombres de autores y acontecimientos, por una parte; por otra, puntuación incorrecta bastantes veces y algún desliz sintáctico y léxico. Estos defectos, en cambio, no le restan valor a la totalidad, puesto que no provienen de las rigideces formales y la comprobación.
            En cualquier caso, el estilo de estas hojas traslucen con nitidez la personalidad de su autor y las circunstancias en que las redactó. Por ello, la elocuencia de tono menor y las voces y expresiones del habla coloquial y familiar indican el contacto de Molina con las personas y las cosas. En definitiva, R. Molina no se propuso componer una obra mayor y elaborada, sino recoger unas "breves y caprichosas impresiones del momento".
            Por último, en esta primera edición del Diario de Ricardo Molina he modernizado y puesto al día la puntuación; he restituido elementos y términos de relación necesarios; he eliminado errores tal vez involuntarios e imprecisiones; y, hasta donde mis conocimientos alcancen, he corregido títulos, he respetado nombres, apellidos, iniciales, etc., de amigos y conocidos de Molina, tal y como aparecen en el manuscrito.


José María de la Torre.







D I A R I O
(1937-1948)
 




1937

25 de diciembre

            Mi única misión en la Batería[1] quiero que sea proteger a los amigos; erigirme en fuerza tutelar, afianzarlos en sí mismos, enseñarles la lealtad, la afección whitmaniana.
*
            Mis maestros: Leonardo da Vinci, Horacio, Whitman y Gide. Discípulo de la paradoja.
*
            Huye de lo abstracto. Huye de la Metafísica. Concreta tus miedos, tus deseos, tu curiosidad.
*
            Leo el Catecismo Positivista de Comte. Servir por servir. A su religión prefiero el mismo materialismo ateo de Büchner o Haeckel por la ingenuidad dogmática. Cualidad esencial de un fundador de religión es la sencillez, la audacia de un V. Hugo o un Whitman; o una vida-símbolo, como la de Buda, Sócrates o Jesús.
*
            ¡Shakespeare! ¡Shakespeare! ¡Shakespeare!
*
            La Religión expira...
            La Libertad se abre un camino de Sol en las conciencias. Así sea.
*
            Hoy ha hablado en la misa el sacerdos.
            El cielo es insensible a todo, como la Naturaleza. Indiferente.


  
28 de diciembre

            Tal día como hoy nací hace veintiún años.
            Recuerdo mi curiosa infancia ávida de saber y de voluptuosidad. Yo observaba extasiado el vuelo cándido de las palomas; siempre amé las maravillas decadentes del Occidente y el fluir de los ríos matutinos entre temblores de álamos. He vivido en la pureza dieciséis años, atesorando en mis labios, en mi pecho, en mis brazos, en todo mi cuerpo, la indecible voluptuosidad inagotable, que hoy baña hasta la muerte de amor...


[1]Ricardo Molina alude al puesto artillero de "El Merendero", en Pueblonuevo-Peñarroya, donde sirvió y tomó parte en la Guerra Civil, en la zona nacional.


sábado, 8 de junio de 2013

LA CÁTEDRA DE LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLA DEL IES SÉNECA



INTRODUCCIÓN

Si les dijera que mi vida profesional desde los 20 años ha estado flanqueada por dos principios, a saber: la enseñanza de la Lengua y la Literatura, y la investigación sobre estas materias, creo que no lo desmentirían, por un lado, mis cerca de 40 años como profesor, pues ejercí de tal incluso siendo estudiante, y, por otro, mi iniciación en la investigación filológica, allá por 1974, cuando preparaba, bajo la dirección de don Gregorio Salvador, mi tesina en torno al habla de mi pueblo, que titulé “Textos dialectales de Mengíbar: Estudio lingüístico”. Esta preocupación -pienso- no ha cesado aún, cumplidos ya mis 60 junios. Estimando, pues, que mi jubilación estaba a tiro de piedra, el año pasado, por estas mismas fechas, mientras hablaba con nuestro director don José Luna sobre la forma de dotar de contenido a este acto, que ya ha llegado, se me ocurrió que bien valdría la pena tratar de unir en una sola jornada las dos vertientes de la actividad que han dividido mi vida de profesor durante tanto tiempo. Por eso, dando vueltas al asunto, llegué a la determinación de que el círculo podría cerrarse con una lección jubilar que versara acerca de “La cátedra de Lengua y Literatura Española del IES Séneca de Córdoba”, levantado sobre el lecho del antiguo y ya extinto colegio de Nuestra Señora de la Asunción, en cuyos muros halla abrigo hoy el actual Instituto Luis de Góngora de nuestra capital.
Para preparar esta mi última lección hube necesariamente de sumergirme en las aguas del archivo de nuestro instituto y en las de otras fuentes, con el objeto de conseguir unos resultados con fundamento, que nos alejaran de cualquier tentación apologética. Asimismo, he de indicar que ofrecer una síntesis atractiva, sin que dejara de ser a la par técnica, de la cadena cuyo eslabón se inicia en 1847 y el último acaba, por ahora, en 1990, con tanto lastre legislativo como encierra la documentación manejada, constituyó para mí un reto muy ambicioso y un proyecto muy arriesgado, pero, al mismo tiempo, se me presentó seductor y con hechizo. Por ello, voy a atreverme a romper una lanza por abrir caminos en el envite, a fin de que alguien con más conocimientos, pericia, medios y tiempo que de los que yo he disfrutado, corrija, amplíe y complete esta aproximación que les presento como fruto todavía un poco en agraz. Y así, no ocultándoseme la dificultad de la empresa, solicito el amparo de ustedes.
Finalmente, antes de entrar en materia, y para que nadie se extrañe, he de advertir que en esta lección no habrá ni pizarra, ni proyector para presentar mapas conceptuales, ni imágenes en power-point, ni preguntas de alumnos. Nada de eso habrá. También es deseo mío que ninguno de ustedes tome apuntes ni notas. Tiempo habrá de que estos folios, en su versión aumentada, si merecen perdurar (redactado el trabajo en su totalidad, don José Luna se interesó sin reservas por su publicación), se conviertan en páginas impresas cuyo olor a tinta nos traiga a la memoria esta hora de junio de 2008. Por tanto, tan sólo pido su benevolencia y paciencia para proseguir en la exposición de esta mi última lección.


EL DEVENIR DE LA CÁTEDRA

De todos es bien conocido que en 1845 el ministro Pedro José Pidal, en el reinado de Isabel II, acometió una serie de reformas educativas muy considerables. De ellas, hay que destacar la creación, en lo que atañe a la Segunda Enseñanza, de los institutos, cuyo control dependía unas veces de las universidades y otras de las autoridades provinciales o diputaciones. En aquellos centros se impartían dos niveles diferentes de enseñanza: el que preparaba a los alumnos para los estudios universitarios y el que los capacitaba para un nivel elemental o para recibir un certificado de peritos en la carrera a la que se dedicaba con especial atención. A nadie se le escapa, en consecuencia, que la creación de los institutos fue un instrumento muy eficaz para el nacimiento de una amplia clase social media, así como el germen para arrancar de las manos del clero el poder de la enseñanza. Su magnitud podemos hoy calibrarla leyendo la obra De la instrucción pública en España del Director General de Instrucción Pública y dramaturgo Antonio Gil de Zárate.
Estas reformas educativas iniciales fueron completadas en 1857, como todos sabemos, por la universalmente celebrada ley Moyano, cuyas líneas maestras recorrerán todos los sistemas educativos y planes de estudios habidos en España hasta la llegada en 1970 de la llamada Ley de Villar Palasí.
Sin embargo, y en resumen, aquellas reformas educativas de mediados del siglo XIX no contentaron  a nadie. Los liberales radicales consideraron que el sistema educativo emprendido limitaba la libertad de pensamiento, en tanto que los conservadores creyeron que era una forma de secularizar el país. En cualquier caso, como siempre ha sucedido, en mayor o en menor grado, tanto el poder público, como el particular o privado han tratado de controlar la enseñanza en cualquiera de sus niveles para imponer ideologías y pensamientos, y formar al hombre según principios ideológicos, filosóficos, religiosos, mercantiles, etc., en los que no voy a entrar a analizar en este momento, por impedírmelo el tiempo de que dispongo. Esto lo sabemos todos nosotros de sobra.
Asimismo, en cuanto al profesorado de aquellos establecimientos, como bien se recordará, al frente de cada cátedra de instituto había un catedrático, seleccionado por el sistema de oposición, reñidísima en ocasiones, cuya dedicación, competencia y prestigio social no se correspondían casi nunca con su retribución económica. El escalafón mínimo percibía un sueldo irrisorio. Estos catedráticos enseñaban, en lo concerniente a nuestra disciplina, Retórica y Poética, prácticamente hasta finales del siglo XIX, según las formas y los métodos de los preceptistas de los siglos XVI y XVII. En los albores del siglo siguiente, con los nuevos aires que  corrían, pasaron a enseñar Lengua y Literatura Castellana, si bien hubo de transcurrir un largo período hasta tomar carta de naturaleza. Igualmente, los métodos de los maestros preceptistas modernos fueron haciéndose bastante más prácticos que teóricos, como prueban los manuales de la época y el análisis de los exámenes custodiados en algunos archivos de los Institutos de Enseñanza Media. A este respecto, uno de los manuales o libros de texto sobre Retórica y Poética que conquistó gran predicamento oficial y académico fue el de Pedro Felipe Monlau, quien se las tuvo con el erudito y crítico Juan Eugenio Hartzenbusch. En la “Advertencia” que pone al frente de su obra, cuando habla del interés de su libro, afirma: “Su utilidad consiste en exponer todas las reglas de Retórica y Poética, o sea, el Arte de componer en prosa y verso, con sencillez y claridad, ilustradas con abundancia de ejemplos, y presentadas bajo un método lógico, y el más adecuado para el aprovechamiento de los jóvenes”. Esta afirmación, que pudiera entenderse como una defensa del manual, tiene su correlato en los exámenes guardados en bastantes Institutos de Enseñanza Media. En efecto, estos confirman que el alumno aquel era capaz de producir y comprender textos con bastante habilidad y destreza.
Como he insinuado antes, a partir de 1868 la materia de Retórica y Poética iba siendo desplazada paulatinamente por la enseñanza de la Historia de la Literatura, la de la Preceptiva literaria y la de la Lengua Española o Castellana, debido a los avances de los estudios crítico-literarios, históricos y lingüísticos auspiciados por el triunfo del positivismo y del historicismo. Así, en los planes de estudios del tiempo de la I República, concretamente en el del 10 de septiembre de 1873, sobre la mejora de los estudios literarios, se ordena sustituir “las rutinarias enseñanzas de Retórica tradicional con los conocimientos estéticos que la cultura moderna exige”. Pero, en la práctica, hemos de esperar hasta bien entrado el primer tercio del siglo XX para que la enseñanza de la Literatura y de la Lengua Españolas en el nivel medio adquiera aires modernos y poco a poco Preceptiva literaria, Historia de la Literatura y Gramática de la Lengua Castellana vayan quedando englobadas en las asignaturas cíclicas y progresivas de Lengua Española o Castellana e Historia de la Literatura Española y Universal.
En todo caso, grosso modo, así como la Preceptiva literaria fue sustituyendo a la Retórica y Poética, de la misma manera también la Preceptiva literaria iba siendo relegada por la Historia de la Literatura, fuera universal o española, y el estudio de la Lengua. La razón está, como bien afirman A. García Berrio y T. Hernández Fernández, en que: “El declive de la época romántica, el anuncio del pensamiento positivista y la estética del realismo coinciden con el momento de decidido impulso de la historiografía literaria en sentido moderno. Ahora bien, la Retórica y la Poética perdieron el valor que tuvieron en la clasicidad (recuperado en nuestros días) porque se orientaron hacia el lado de la ornamentación verbal (la elocutio), desatendiendo las otras dos facetas: la inventio y la dispositio”.
En consecuencia, si la Neorretórica tiene hoy su razón de ser en la Teoría del texto y en la Pragmática, no creo, sin embargo, haya que volver, como opina José Manuel Marroquín, a estudiarse esta materia, tal y como estuvo concebida, en los niveles de la enseñanza media. No se puede retroceder cerca de dos siglos, aunque habría que reestructurar la asignatura para que nuestros alumnos de Segunda Enseñanza sean capaces de tejer y entender textos orales y escritos adecuados a sus edades.
Por otra parte, del mismo modo que los métodos y los contenidos de la disciplina de Lengua y Literatura Española sufren mutación, paralela evolución experimenta también la cátedra de dicha disciplina. Efectivamente, como se dijo arriba, si la historia de la enseñanza contemporánea española echa sus raíces en 1845, la historia de la cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto Séneca comienza su andadura cuando en 1847 el colegio de Nuestra Señora de la Asunción, convertido previamente en colegio de Humanidades, se transformó en Instituto Provincial de Primera Clase de Córdoba y su profesor de Latinidad pasó a integrarse, tras un tiempo, en el nuevo y flamante cuerpo de catedráticos de institutos. El primer profesor, pues, en ocupar la cátedra de lo que con el paso del tiempo llegó a cristalizar en Lengua y Literatura Española fue don MIGUEL RIERA HIDALGO. El 6 de enero de 1852 tomó posesión de la misma como titular, después de  unos años como interino.
Los datos que he allegado son pocos, pero podemos hoy saber que don Miguel Riera Hidalgo nació en Montilla el 13 de septiembre de 1810. No conocemos dónde realizó sus estudios, ni la especialidad, si bien en su expediente descubrimos que tiene los títulos de Bachiller obtenido en la Facultad de Teología de la Universidad de Sevilla el 2 de octubre de 1852 y el de Licenciado en la misma especialidad por la universidad hispalense el 20 de diciembre de ese año. Pero, a todas luces, estos títulos, por la fecha de posesión de la cátedra de instituto, tuvieron que ser fruto de la convalidación o arterías administrativas.
El 16 de agosto de 1846 la Administración de Isabel II le declaró catedrático propietario de instituto, porque -consta en su expediente- llevaba más de siete años de serlo interino y se le destinó a este centro el  15 de septiembre del mismo año. El 22 de noviembre siguiente se le canjea el título de catedrático propietario de Latín y Castellano por el de la asignatura de Retórica y Poética del mismo instituto, por haber enseñado una y otra materia desde el 7 de febrero de 1838.
             Después de bastantes años de servicio, el 17 de septiembre de 1861 solicita renunciar a la cátedra de Retórica y Poética. El director del centro no le admite la remoción, si no es “solamente en el caso de darse definitivamente de baja podría determinar lo conveniente”, según respuesta escrita. Por razones de salud, el 20 de septiembre de ese año presenta la dimisión.
Poco más sabemos de este catedrático. Quizás haya que recordar que fue compañero del también catedrático e insigne historiador don Luis María Ramírez de las Casas Deza y del no menos afamado humanista cordobés Francisco de Borja Pavón.
Tras la renuncia personal de Miguel Riera Hidalgo, la cátedra de Retórica y Poética estará vacante, aunque ocupada por profesores interinos y accidentales, como Julián Bustillo Álvarez o Victoriano Rivera y Romero. Así pues, lo único cierto que podemos colegir de este período es que, desde la renuncia de Miguel Riera Hidalgo hasta que se hace cargo de la cátedra don JUAN MARÍA MORENO ANGUITA en 1864, la cátedra no tuvo la estabilidad que el centro necesitaba. El hecho hay que considerarlo como si fuera un anticipo de los acontecimientos que iban a suceder unos pocos años después. Para nuestro entendimiento e interés, este nuevo catedrático viene trasladado del Instituto de Murcia. El 22 de marzo de 1864 toma las riendas de la cátedra del instituto cordobés como titular.
La carrera del catedrático Moreno Anguita, nacido en Cañete de las Torres (Córdoba) el 13 de diciembre de 1816 y bautizado en la Parroquia de aquella villa el 15 del mismo mes, es larga y andariega. Comenzó como  catedrático público de Latín y Humanidades en Cañete de las Torres el 13 de abril de 1844 hasta la supresión de la misma por Real Orden de 15 de septiembre. Desaparecida esa cátedra, tal vez por causas económicas, regentó diferentes cátedras en su largo peregrinar por la geografía española. Tras unos veinte años fuera de las tierras cordobesas, viene trasladado a la cátedra de Retórica y Poética del Instituto de Córdoba como titular de la misma. En nuestro instituto desarrolló una amplia y dilatada carrera docente, puesto que la ocupó desde el 22 de marzo de 1864 hasta al menos el 22 de agosto de 1887, como podemos inferir del expediente que se custodia en el archivo del Instituto Séneca.
Después de estar unos cinco años la cátedra de Retórica y Poética de nuevo vacante, aunque estuviera cubierta interinamente por profesores de Letras o de Latín y Castellano, lo cierto es que, según mis noticias, la ocupará el catedrático numerario de Retórica y Poética don JOSÉ CÓZAR NAVARRETE, quien se posesiona de ella el 2 de octubre de 1892, aun pudiéndose leer en otros documentos existentes en su expediente que fue el 28 del mes anterior. Este catedrático provenía del Instituto de Jaén, y estaba en posesión de la cátedra de Latín y Castellano, pero fue declarado excedente por Real Orden de 31 de julio de 1892, por lo que cesó el día 27 de septiembre de ese mismo año, mas por Real Orden de 1 de agosto fue nombrado catedrático numerario de Retórica y Poética del instituto cordobés.
Muy poco tiempo estuvo al frente de la cátedra del Instituto de Córdoba, porque el 14 de marzo de 1893 cesa en su cargo para tomar posesión de igual cátedra en el Instituto de Jaén, en virtud de permuta. El cambio lo hace con el catedrático numerario de Retórica y Poética don MIGUEL GUTIÉRREZ Y JIMÉNEZ de Jaén, como podemos leer en un oficio del Rectorado de la Universidad de Sevilla fechado a 20 de febrero de 1893. Por tanto, a José Cózar Navarrete podemos calificarlo, como a tantos otros catedráticos de otras materias, catedrático de paso.
El nuevo catedrático de Retórica y Poética, Miguel Gutiérrez y Jiménez, que tomó posesión de su cátedra el 15 de marzo de 1893, nació en Gualchos (Granada) el 5 de enero de 1848. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada el 4 de octubre de 1876. A los 34 años de edad es catedrático numerario de Retórica y Poética, en virtud de oposición, del Instituto de Teruel. Unos cuatro años después de haber llegado a Córdoba, el 12 de abril de 1897 cesa en el Instituto en virtud de una permuta entre él y el igualmente catedrático de Retórica y Poética del Instituto de Granada don JOAQUÍN MARÍA DE LOS REYES GARCÍA ROMERO, que se hace cargo de la del Instituto de Córdoba, como consta en un oficio existente en su expediente fechado a 4 de abril de 1897.
Es muy probable que durante su trayectoria cordobesa don Miguel Gutiérrez y Jiménez tuviera como discípulo a don Antonio de la Torre y del Cerro, que fuera director de nuestro centro y catedrático de Historia en la Universidad Central, actualmente Complutense, según se deduce del “Libro de actas de exámenes y premios. Curso  de 1893-94”, igualmente guardado en el archivo de nuestro Instituto Séneca.
Don Miguel Gutiérrez y Jiménez, paralelamente al ejercicio de la docencia, desarrolló una labor investigadora y creadora inusitadas. Ensayos, artículos crítico-literarios e histórico-literarios conforman el primer campo. El segundo nos remite a una proyección literaria donde su estro poético no es muy relevante, porque presenta rasgos anacrónicos, propios de movimientos estéticos ya en desuso. Emplea un estilo hueco, meloso, dulzón, propio de la época tardo romántica. El lenguaje blasona entre lo grandilocuente y lo sencillo.
Acabada su permanencia en Córdoba, debió de encargarse de la cátedra de Retórica y Poética del Instituto de Córdoba el catedrático don JOAQUÍN MARÍA DE LOS REYES GARCÍA ROMERO, por haber permutado su cátedra de Granada por la de Córdoba, según hemos señalado antes y nos dice muy claro un escrito proveniente de Granada y fechado a 12 de abril de 1897. Sin embargo, entre los expedientes custodiados en el archivo del Instituto Séneca, no hallamos ni rastro del mismo. Por ello,  considero a don FRANCISCO JAVIER GARRIGA Y PALAU como el sucesor  real de Miguel Gutiérrez y Jiménez, después de haber estado dos cursos vacante la cátedra cordobesa, si es que no la regentó don Joaquín María de los Reyes García Romero.
Garriga y Palau nació en Cadaqués (Gerona) el día 20 de agosto de 1864. No sabemos dónde cursó los estudios medios. Los superiores los realizó en la Universidad de Barcelona. El 25 de octubre de 1884 se le expide el título de licenciado en Filosofía y Letras por dicha Universidad. Llegó a ser doctor por la misma con nota de sobresaliente el 28 de junio de 1890. Fue también licenciado en Derecho Civil y Canónico por aquel centro universitario el 11 de diciembre de 1886.
Su carrera docente la principia como profesor auxiliar de Francés del Instituto Cardenal Cisneros. Por Real Orden es nombrado en septiembre de 1892, en virtud de oposición, catedrático numerario de Retórica y Poética con su agregada de Psicología, Lógica y Ética del Instituto de Reus. El 18 de mayo de 1899 toma posesión de la cátedra del Instituto de Córdoba por haber cesado en la de Reus, aunque en el expediente diga que procede de Castellón. En nuestro instituto estará algo más de un curso, pues el 18 de septiembre de 1900 cesa en el mismo por traslado al Instituto de Oviedo.
Su labor adjunta a la de la docencia destacó por haber publicado un manual titulado Lecciones elementales de Literatura y una monografía con el título de Estudio de la novela picaresca española. Es autor de la Historia de la poesía y la música, de Influencia social del drama, de Santa Teresa de Jesús como escritora, premiados estos últimos en certámenes públicos. Asimismo, publicó diversos trabajos literarios y doctrinales en El Imparcial, El Globo, El Resumen, y en otros periódicos y revistas nacionales y de América del Sur.
Transcurrido algo más de medio siglo de la existencia de la cátedra de Retórica y Poética del Instituto de Córdoba y prácticamente coincidiendo con el final de la Restauración, llega, comenzando el siglo XX, a la cátedra cordobesa el catedrático de Preceptiva e Historia Literaria don ELOY GARCÍA DE QUEVEDO Y CONCELLÓN. Es natural de Burgos. En su instituto cursó y aprobó en los años que van de 1883 a 1889 las asignaturas de la Segunda Enseñanza.
Estudia dos carreras casi simultáneamente: la de Filosofía y Letras y la de Derecho, ambas en la Universidad Central. Se le expide el título de Licenciado en Derecho el 1 de julio de 1896 y el de Licenciado en Filosofía y Letras el 8 de julio de 1898. Realizó los ejercicios para el grado de doctor en Derecho el 24 de junio de 1897 y para el de Filosofía y Letras el 18 de octubre de 1899 con la calificación de sobresaliente en ambas carreras.
Su carrera de profesor la comienza como auxiliar supernumerario de Letras en el Instituto de Burgos en 1900. Por oposición, y por R. O. de 20 de mayo de 1901, es nombrado catedrático numerario de Preceptiva e Historia Literaria del Instituto de Cuenca. Toma posesión el 1 de junio siguiente. Pero tan sólo unos meses después cesa en dicho cargo por haber tomado posesión de igual destino en el Instituto de Córdoba con fecha 16 de septiembre de 1901, aunque en un documento de los que conforman su expediente podemos leer que fue el 1 de agosto de dicho año. De todos modos, en ese expediente tampoco consta la fecha  del cese en la cátedra del Instituto de Córdoba, mas hubo de ser al año de llegar a nuestra ciudad, porque el 1 de julio de 1902 toma posesión de la cátedra de nuestro instituto don MANUEL DE SANDOVAL Y CÓTOLI.
Pasando a considerar sus trabajos de ensayo e investigación, estos se circunscriben principalmente a la publicación de artículos sobre Historia del Arte y Literatura en diferentes revistas y periódicos.
El siguiente eslabón que ocupó la cátedra de Lengua y Literatura Castellana es, como ya he adelantado, Manuel de Sandoval y Cótoli, que nace en Madrid el primer día de enero de 1874. Se licencia en Filosofía y Letras por la Universidad Central con nota de sobresaliente. El título se lo expide el Ministro de Fomento el 1 de junio de 1898. A la vez que en Filosofía y Letras se licencia en Derecho por la misma universidad, a los 22 años, al decir del prestigioso cervantista Rodríguez Marín.
Su trayectoria docente fue muy brillante. A los pocos meses de haber acabado la carrera de Filosofía y Letras era ya catedrático numerario de Preceptiva y Poética del Instituto de Teruel, en virtud de primera y única oposición celebrada el 5 de octubre de 1898. Después de haber estado en Soria y Burgos, por permuta y R.O. de 2 de junio de 1902, toma posesión de la cátedra de Lengua y Literatura Castellana del Instituto de Córdoba el 1 de julio de ese año. Tras unos nueve años de estancia en Córdoba, en 1911 solicita el cargo de Agregado en la Escuela Central de Idiomas de Madrid. En esta situación se hallará hasta el 7 de febrero de 1916. Tres años más tarde, el 11 de febrero de 1919 se le concede excedencia voluntaria por término mayor de un año y menor de diez, sin sueldo alguno.
Entre otros muchos méritos honoríficos, fue correspondiente de la Real Academia Española en Córdoba en 1907, y numerario de la misma institución después. Leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua el 1 de febrero de 1920. Le respondió el académico don Francisco Rodríguez Marín.
Aunque, en palabras del estudioso de Pedro Espinosa, “difundió el vasto caudal de sus conocimientos, enseñando a la adolescencia escolar, con el fervor de un humanista de antaño, el ars bene dicendi y las reglas de la Poética, al par que la  gloriosa historia de nuestra Literatura” y aunque escribió artículos de crítica literaria en diferentes medios, él se centró principalmente en la creación poética. Entre otros títulos, podemos recordar: Prometeo, Madrid, 1895 y Poesías escogidas, Madrid, 1920.
Sin pretender demorarme, pues no aspiro a ser prolijo, en caracterizar la poesía de este catedrático, podríamos afirmar que su poesía empieza dentro de la escuela de Núñez de Arce sin olvidar a Campoamor. José María de Cosío lo considera como “el último defensor de una manera poética del siglo XIX”. Picón, que emitió un informe para premiar su libro de poemas De mi cercado, dice tener a Sandoval “por poeta muy penetrado del espíritu de nuestra raza y sin mezcla alguna de elemento extraño”. Y más adelante escribe: “Ritmo grato. Los versos salen de su pluma fáciles, amplios, llenos, sonoros, como corriente de agua limpia, caudalosa y serena”.
Si llevamos estas palabras a sus versos, yo veo más en ellas un elogio de amigo, que una crítica de un estudioso de su poesía. En efecto, analizando su obra poética con distancia y objetividad, más de una palabra emitida por tan eminente crítico resultaría contraria y no ajustada a la realidad. Yo diría que Sandoval fue un gran versificador, pero de ahí a ser poeta va un trecho, pues, aunque posea piezas de una exquisita calidad, les falta el halo que les infunda vida y frescura.
Por la excedencia de Manuel de Sandoval, llega a la cátedra de Lengua y Literatura Española el catedrático don LUIS ARNÁIZ HERNÁNDEZ, que nace en Madrid. Estudia el Bachillerato en la capital del Reino y la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Central. El título de Licenciado se le tramita el 11 de octubre de 1893. Cursó, asimismo, todas las asignaturas del Doctorado e hizo el depósito para la expedición del título. A los dos años escasos de haberse licenciado se le ve de profesor en los Colegios de Santo Tomás de Aquino y Clásico español, incorporados al Instituto Cardenal Cisneros de Madrid.
Con fecha de 12 de junio de 1909 le fue extendido el título profesional de Catedrático. Sin embargo, el 4 de mayo de este año es ya catedrático de Lengua y Literatura Castellana por oposición directa y por unanimidad del Instituto de Baeza, de cuya cátedra toma posesión el 16 de mayo del susodicho año. Pocos meses estuvo en la ciudad donde también residiera Antonio Machado, pues se traslada a Lérida el 30 de noviembre de ese mismo año. Después de su periplo por Cuenca y Logroño, donde fue profesor de Josemaría Escrivá de Balaguer, es nombrado catedrático de Lengua y Literatura Castellana del Instituto de Córdoba en virtud de concurso del 15 de agosto de 1919. Toma posesión el 1 de septiembre de ese año. En nuestro instituto trabajará cerca de seis cursos. Fallece el 22 de diciembre de 1925 en Córdoba, estando en servicio activo, según consta en el certificado que extiende don Agidio E. Fernández, por aquellos años director del instituto cordobés.
Aparte de su labor docente, no se conoce que desplegara intensamente la de la publicación e investigación, en cualquiera de sus terrenos. Sí conocemos algunos de sus artículos literarios publicados en distintos periódicos, así como algunos títulos de conferencias.
La vacante dejada por don Luis Arnáiz Hernández es ocupada por el tan prestigioso y afamado catedrático don JOSÉ MANUEL CAMACHO PADILLA. Este profesor toma  posesión de la cátedra de Lengua Española y Literatura del Instituto de Córdoba el 16 de marzo de 1926. Es natural de Baza. Estudia Filosofía y Letras en la Universidad de Granada y se licencia con premio extraordinario. El grado académico de doctor lo alcanzará el 29 de julio de 1930.
La carrera docente de este catedrático se inicia el 25 de junio de 1920 en el Instituto de Mahón, donde está sólo dos días. Luego, tras enseñar en los Institutos de Reus y Huelva, viene, como he dicho, al de Córdoba.
Don Manuel, que es como le llamaban familiarmente sus alumnos, uno de los cuales fue Ricardo Molina, quien trabó amistad con él, se integró plenamente en la ciudad de la Mezquita, como afirman sus amistades y sus relaciones con el mundo cultural e institucional cordobeses. Fue miembro de la Academia de Córdoba.
Hombre de ideología liberal y progresista, tendrá problemas unos años después cuando estalle la Guerra Civil, ya que el entonces coronel Ciriaco Cascajo, cuyo apellido daría nombre a una calle cordobesa, precisamente, ironía de la vida, donde viviría bastantes años su alumno y amigo Ricardo Molina, hoy llamada calle Lineros, lo cesará el 23 de octubre de 1936 en el cargo de catedrático. El 22 de agosto de 1938 se le repone provisionalmente en el puesto que venía desempeñando. Firma la Orden el Gobernador Civil de Córdoba. Estos hechos le conducen a tener que pedir traslado forzoso o a trasladarse “voluntariamente”, el asunto no está claro, el curso siguiente al Instituto de Linares.
Para R. Molina, don José Manuel Camacho fue un profesor que dejó una gran huella en él. Así, con motivo de la celebración del I centenario de la creación del Instituto de Córdoba, R. Molina publica en el diario Córdoba del 1 de junio de 1947 un artículo en cuyo título ya expresa todo el contenido que va a desarrollar. Lo intitula “Altura intelectual y cordialidad humana del Instituto Nacional de Enseñanza Media de Córdoba”. En él, nos dice sobre don José Manuel Camacho lo siguiente: “Su clase era una hora de alegría y de gratas revelaciones, en la que como un poeta y un erudito a la vez, nos iba descifrando exquisitamente la entonces para nosotros jeroglífica poesía de Góngora, la maravillosa simplicidad de Berceo o la graciosa picardía del Arcipreste”. Y todavía tendrá unas palabras muy gratas y de agradecimiento en 1958, cuando escriba su artículo titulado “Don José Manuel Camacho: Maestro, Poeta y Amigo”, en el diario Córdoba del 6 de marzo.
José Manuel Camacho fue un conferenciante prolífico y de palabra fácil, al decir de los que le escucharon. Entre otros títulos, podemos recordar “Un manuscrito de Vicente Antonio Toro y Alfaro” (un discurso leído para celebrar la Fiesta del Libro en el Instituto de Córdoba y publicado en nuestra ciudad en 1927, y que se halla en los anaqueles de nuestra biblioteca).
Asimismo, se dedicó, compaginándolas con su labor docente, a la crítica y a la investigación literaria, principalmente de corte pedagógico, como prueba Lectura y análisis (1925). Se trata de una obra hecha para alumnos de 1º de Bachillerato de entonces. Trabajar en el pormenor y en la observación son sus principales ejes psicopedagógicos y didácticos.
Dentro de sus publicaciones de creación literaria, podemos traer a la memoria sus libros de poemas Abanico, caduceo y otros poemas de esperanza (1924); Mujer: romances nuevos (1935). O su prosa, como en la novela El crimen de Simeón (1925); Un cuento andaluz: retablillo granadino (1927).
Si tuviera que definir esta producción literaria, no tendría duda en calificarla de trasnochada con respecto a los aires estéticos que corrían por aquellos  años. Eso, por lo que se refiere a la poesía; en cuanto a la prosa, me parece que nuestro gran profesor e investigador tampoco estaba dotado para estos menesteres, pues su frase es tediosa y sin nervio, además de carecer de intriga, o de intriga suficiente.
A José Manuel Camacho Padilla le sucede en la cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto Séneca el catedrático don RAFAEL PÉREZ GÓMEZ, quien nació en Madrid el 24 de agosto de 1886. En 1901, a sus quince años de edad, alcanza el grado de Bachiller con premio extraordinario y nota de sobresaliente. En junio de 1906 es Licenciado en Filosofía y Letras. Al año siguiente se encuentra con todas las asignaturas del grado de doctor aprobadas, pero no llegó a doctorarse, según se desprende del expediente conservado en el archivo del Instituto Séneca.
En 1915 aprobó los ejercicios de oposición a Cátedra de Francés de Reus, cargo al que renunció, quizás porque su vocación fuera la de enseñar Lengua y Literatura Española. Y así, aunque estuviera un tiempo como auxiliar técnico interino en el Instituto General y Técnico de La Coruña, empezó la enseñanza de esta asignatura, como catedrático, en el Instituto Jovellanos de Gijón, en virtud de oposición a cátedra, el 21 de febrero de 1918. Pero el 11 de enero de 1919 toma posesión, por traslado, de la cátedra del Instituto de La Coruña. En ella permanecerá unos 20 años, ya que, por traslado forzoso, fue nombrado catedrático de Lengua y Literatura Española del Instituto de Córdoba con fecha de 26 de julio de 1939. Sin embargo, según un comunicado dirigido al interesado el 9 de agosto de 1939, se le conmina a tomar posesión de su cátedra en el Instituto de Córdoba, pues en esa fecha aún no había tomado posesión de la misma. Finalmente, el 12 de septiembre de este “III año triunfal” toma posesión. No obstante, don Rafael Pérez Gómez hubo de echar redes en las altas esferas de la Administración porque casi un mes y medio después, el 28 de octubre, cesa en el Instituto de Córdoba por traslado al de Lugo. Con toda seguridad, por consiguiente, este catedrático no impartió clases en nuestro instituto, pues no he visto su firma en ninguna de las actas de esta época custodiadas en el Instituto Séneca.
La bibliografía de este catedrático se reduce al ámbito de la docencia, según prueban todos sus manuales, publicados durante su larga estancia en La Coruña. Títulos como Manual técnico-práctico de Preceptiva literaria y composición, Historia  de la Literatura, etc., lo prueban.
Tras la breve estancia del catedrático Rafael Pérez Gómez en Córdoba, ocupa la cátedra de Lengua y Literatura Española doña LUISA REVUELTA REVUELTA. En todos los documentos a los que he tenido acceso se llama Luisa. Ignoro por qué los que la conocieron le llamaban Mª Luisa. De cualquier forma, doña Mª Luisa Revuelta nace el 26 de enero de 1905 en Santiago de Compostela. Estudia Filosofía y Letras, Sección de Historias. Con algo más de 24 años es Licenciada. Se le expide el título el 1 de mayo de 1929. El expediente académico universitario es deslumbrante. En él se puede contar siete sobresalientes con matrícula de honor.
Al año siguiente, en 1930, se presenta a oposiciones a Cátedra de Lengua y Literatura de institutos, en las que obtiene votos pero no la cátedra. En 1935 toma posesión de la cátedra obtenida en Teruel por oposición, turno de auxiliares. En estas oposiciones es la número 2.
Removido en su puesto Rafael Pérez Gómez, que está al frente de la cátedra del Instituto de Córdoba escasamente un mes, Luisa Revuelta es adscrita transitoriamente a nuestro instituto por Orden Ministerial de 16 de febrero de 1940, por lo que el 1 de marzo de este año cesa provisionalmente en el Instituto de Teruel. El 9 de dicho mes y año, pues, toma posesión de la cátedra del Instituto Séneca. En esta situación administrativa se encontrará hasta agosto de 1942, fecha en que, por concurso de traslados, es nombrada definitivamente catedrática de dicha asignatura en el instituto cordobés. Es la catedrática, pues, que enseñará en Córdoba Lengua y Literatura Española durante todo el franquismo, pues llega a nuestra capital prácticamente al acabarse la Guerra Civil española y se jubila, como veremos, unos meses antes de la muerte de Franco. El 29 de julio de 1974 solicita se le prepare la jubilación, porque el 5 de enero de 1975 cumplirá los 70 años. Con un haber de años de servicio de 13 trienios, cesa, por tanto, esta catedrática en el instituto el 26 de enero de 1975 por jubilación.
Hablar de doña Luisa Revuelta en Córdoba es hablar de una institución, por su fuerte personalidad y por ver cómo una mujer regía una cátedra en un instituto de provincias. A pesar de su condición, el 24 de marzo de 1945 es nombrada Académica correspondiente de la de Córdoba. Un año más tarde, el 16 de marzo de 1946, es promovida a Académica numeraria de la misma Corporación.
Si su labor docente es fructífera y dilatada, no se corresponde así con la investigadora. Aparte de sus conferencias, podemos recordar algunas obras y artículos, como Concepto y metodología de la gramática, preceptiva literaria y literatura, que quedó inédita. También es una obra que dejó sin publicar Breves notas a la lengua de las comedias de Lope de Rueda. La Biblioteca de Clásicos Ebro dio a la luz su edición, con prólogo y notas, de Los pechos privilegiados de Juan Ruiz de Alarcón (1946). Su erudición y conocimiento de nuestros clásicos se perciben a través de sus artículos, como en “Valera estilista” (Boletín de la Real Academia de Córdoba, nº 45, enero-junio 1946).
No menos valiosa que esta espernada es la penúltima que conforma la cadena de la cátedra de Lengua y Literatura Española del IES Séneca. Me refiero, como ustedes estarán adivinando seguramente, a don JOSÉ MARÍA OCAÑA VERGARA. Nació el 18 de marzo de 1935, en Baena. Estudia el Bachillerato como alumno libre en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra. La carrera de Magisterio la realiza en la Escuela Normal de Granada. Oposita a maestro y adquiere destino provisional en dicha capital. Entre tanto, estudia la carrera de Filosofía y Letras (Sección de Filología Románica) en la Universidad de la ciudad de la Alhambra. Se doctora por la misma Universidad. Igualmente, estudiará Derecho, licenciándose por la UNED.
Terminada la carrera universitaria prepara oposiciones a agregaduría de Lengua y Literatura Española de Instituto de Enseñanza Media, y obtiene destino en el Instituto de Baena. Posteriormente, en 1970, también acude a las oposiciones libres a cátedra de Lengua y Literatura Española de instituto y logra la plaza de Loja (Granada). Toma posesión del destino de primera cátedra el 25 de junio de 1971. Después de surcar los institutos de Alcaudete y Averroes de Córdoba, arriba en comisión de servicios a la cátedra del Instituto Séneca el 26 de octubre de 1976. En nuestro centro, pues, desarrollará su labor docente hasta el 30 de septiembre de 1990, dado que, por concurso de traslados, cesa en la cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto Séneca y toma posesión de la del Instituto Góngora de Córdoba el 1 de octubre de 1990.
            Es académico numerario de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba. Conferenciante en los Cursos de Verano de la Universidad de Priego y Cabra, etc. Como articulista y ensayista desarrolla una febril labor investigadora, según muestran sus numerosísimos artículos publicados en revistas, diarios y boletines, además de sus extensos estudios y trabajos, como Mario López. Un poeta de Cántico. Etc.
Yo describiría su labor investigadora y crítico-literaria de entre historicista e impresionista. No obstante lo dictaminado, si contemplamos serenamente sus investigaciones y su docencia, nuestra mirada oscilará entre las dos materias: lengua y literatura; pero si seguimos contemplando con más detenimiento, enseguida nos percataremos de que lo que es lengua desde esta vertiente, resulta ser literatura desde la otra ladera.


CODA
           
Termino ya, pues no quiero abusar más de su benevolencia. Sinceramente, creo que con estas breves y escuetas pinceladas sobre la historia de la cátedra de Lengua y Literatura Española de nuestro instituto se ha puesto un granito, sólo un granito de arena en esta clase de investigaciones. Espero que alguien (como ya dejé dicho al principio) con más dotes y más medios que de los que ha gozado y disfrutado este que les ha dictado la última lección de su carrera docente y que conforma hasta el momento presente el último anillo de esa catenaria de la cátedra de Lengua y Literatura Española del Instituto Séneca, y de quien les voy  a ahorrar el tiempo en presentarles su currículum, se aplique un día y nos levante un edificio más sólido con que dé fin a esta historia.