José María de la Torre
Catedrático jubilado de
IES
Hoy,
28 de diciembre, se cumple el centenario del nacimiento del poeta cordobés
Ricardo Molina Tenor. Nació el 28 de diciembre de 1916 en Puente Genil, en la
calle Don Gonzalo, nº 13, desde cuyo balcón escuchaba, cuando niño, los rumores
de las aguas del Genil, según evocó muchos años después. Hacia 1925 emigran los
padres de Ricardo y sus hermanos,
Enrique y José, a Córdoba para mejorar la economía familiar estableciéndose
primero en la plaza Cañas nº 8, luego en la calle Rodríguez Marín nº 40 y,
finalmente, en la calle Emilio Castelar nº 74. Dos años después de haber
llegado a la capital, tienen sus padres a su hija Flora. Al año siguiente R. Molina
emprende los estudios de bachillerato en el instituto provincial de Córdoba,
que los termina en el curso de 1933-1934 con excelentes resultados. En el
subsiguiente curso (1934-35) comienza los estudios universitarios. En estos
años combina estudio y trabajo impartiendo clases junto con su tía Rosario,
maestra particular. No pudiendo estudiar como alumno oficial, por carecer de
medios económicos, lo hace como alumno libre. Estudia Filosofía y Letras,
sección de Geografía e Historia, en la Universidad de Sevilla. Como sobreviene
la guerra civil española, acabará la carrera en 1940. Durante la guerra
participa en la misma en el frente de Peñarroya-Pueblonuevo. Terminada la contienda,
empieza a ejercer como profesor en distintos centros docentes de Córdoba:
Academia Espinar, Academia Hispana…, hasta que en 1966 obtiene por oposición la
plaza de profesor agregado de Lengua y Literatura Española en el instituto
Séneca de Córdoba, que la conservará hasta el día de su muerte, acaecida el 23
de enero de 1968, tras una larga enfermedad cardiovascular.
A
la par que esa vida de formación y trabajo, R. Molina desplegó una actividad
literaria y ensayística, impropia de un profesor de provincia. En la
encrucijada cultural cordobesa de los años 40 se erigió en un ilustrado. Fue
motor y alma de la revista Cántico,
de tanta trascendencia dentro del raquítico y endeble panorama poético español
de posguerra. Se inició en el mundo de la creación poética siendo muy joven,
pero se dio a conocer con su poemario El
río de los ángeles (1945), al que le siguieron Tres poemas (1948), Elegías
de Sandua (1948), Corimbo (1949),
con el que obtuvo el premio Adonais de ese año, Cancionero y Regalo de amante
(1975), Elegía de Medina Azahara
(1957), La casa (1966) y A la luz de cada día (1967). Dejó, a su
muerte, listos para la imprenta, Psalmos
(1982) y Homenaje (1982), como otros
muchos poemas. Al lado de esta faceta lírica, R. Molina cultivó el artículo
periodístico, la crítica literaria, la prosa, el ensayo y el teatro, destacando
en el mundo del flamenco con obras del fuste de Mundo y formas del cante flamenco (1963), en colaboración con
Antonio Mairena, o Misterios del arte
flamenco. Ensayo de una interpretación antropológica (1967). En la parcela
del ensayo yo destacaría Función social
de la poesía (1971). En el campo de la prosa merecen destacarse Campos de Córdoba (1963), Tierra y espíritu (1965) y Glosario andaluz (1968), que vio la luz
unos meses después de muerto R. Molina.
Nuestro escritor murió
relativamente joven. No vio ni vivió la fama de que goza hoy su figura y obra.
La miel le fue negada en vida. Pero queda su obra. Por ello, aunque los actos y
homenajes a Ricardo Molina que se proyectan para el año próximo tendrían que
haberse programado para este que va a terminar, bueno sería que fueran dignos
del escritor: un alarde en todos los terrenos y facetas de su vida y obra. Es
decir, estudiosos, críticos, particulares e instituciones deberían pasar de los
actos localistas, ramplones y vulgares a ensanchar su biografía y a ampliar el
conocimiento de su obra a través de trabajos, estudios enjundiosos y ediciones
críticas o no para que sea conocido mundialmente, pues R. Molina es un poeta de
impulso y peso universales, como prueba sobradamente su universo poético.