martes, 16 de abril de 2013

EL TÓPICO MANRIQUEÑO EN LA POESÍA DE VICENTE NÚÑEZ[1]




         La lectura de las obras poéticas de Vicente Núñez, reunidas en Poesía, nos depara una sorpresa estilística. Consiste ésta en la variación o transformación, según los casos, de tópicos y textos de poetas conocidos o escritores anónimos. Nunca antes, ni después en Himnos a los árboles, recogido en Himnos y Texto -que yo haya advertido-, el ipagrense se ha servido de un hipotexto (modelo) para producir un hipertexto (texto transformado o variado) con una intención muy concreta: cantar con un lirismo conmovedor y tono sofista la ironía, el sarcasmo, la burla del amor. Por esta razón, y otras, el poema unitario aunque fragmentado, que figura en Poesía como “Coplas de amor y España”, merece ser analizado desde el punto de vista de la intertextualidad y formas de contenido literarias.
            Para llevar a cabo nuestra tarea, nos fijaremos concretamente en el subtexto número “VII” de dicho poema, ya que tiene por base la famosa copla III de Jorge Manrique, cuyos tres primeros versos, de gran importancia en la historia de las fuentes e imitaciones literarias, son:

                                   Nuestras vidas son los ríos
                                   que van a dar en la mar,
                                   que es el morir;.

En cambio, los versos de V. Núñez a los que me refiero dicen así:

                                   Nuestras vidas son los trenes
                                   que van a dar al amor,
                                   que es el morir.

            Es evidente que la doble imagen del esquema empleado por Manrique se mantiene, pero el de Aguilar de la Frontera la transforma tanto léxica como intencionalmente. Esto es, si para el autor del siglo XV “vida” es a “río”, lo que “morir” es a “mar”, para el autor de Los días terrestres “vida” es a “tren”, lo que “morir” es a “amor”.
            Hasta aquí Vicente Núñez se ha comportado como otros muchos poetas anteriores o coetáneos a él. Sin embargo, en seguida nos daremos cuenta de que en los versos de nuestro poeta hay más atrevimiento, pues las relaciones entre los términos simbolizantes y simbolizados son extrañas y más ricas, al pertenecer al mundo onírico y no al lógico o conceptual, como sucede en los versos de Manrique y en los de otros autores.
            Por tanto, ¿a qué causas responden dichas asociaciones? ¿Qué redes hacen posible las relaciones entre esos elementos? ¿Cuál es el sentido último de la transformación realizada por nuestro poeta? No cabe duda de que V. Núñez contesta parcialmente a nuestros interrogantes cuando identifica, en este mismo subtexto, el término simbolizante “trenes” con “venas”, gracias a que ambos elementos implican el sema “linealidad”. No obstante, tal identificación no nos aclara aún el motivo de la sustitución, ni nos satisface plenamente, porque nos falta el eslabón que una el elemento primitivo “río” con el de “trenes”. ¿Cuál, entonces? En mi opinión, la conexión que permite el cambio de un término por otro pasa necesariamente por aclarar el engarce entre “río” y “trenes”. Esta operación se efectúa porque en la mente del creador ha operado otro sema: tanto “río” como “venas” son “vías por donde corre y fluye algo”. Esta interpretación viene a confirmarla el propio código del de Poley. Así, en un poema suyo, tal vez inédito (al menos yo no lo he visto publicado), hallado por mí en el archivo de Ricardo Molina, Vicente Núñez escribe:

                                   ¿De dónde vienes, Ricardo Molina,
                                   con los dedos cayéndosete de mojados efluvios
                                   y la espalda sembrada de ortigas pubescentes?
                                   Es de algún río, sí,
                                   de algún río ignorado que sólo tú conoces
                                   y que guardan tus brazos,
                                   como una vena larga escondida entre pieles.

En consecuencia, hasta llegar a la transformación del primer elemento simbolizante de la primera imagen manriqueña han tenido que existir dos pasos. Primero, “río” es sustituido por “vena”; y, segundo, “vena” es reemplazada por “tren”, tal y como nos dice el poeta en estos tres versos:

                                   ¡Oh trenes de los vaivenes
                                   de mis venas,
                                   llevadme a la lejanía;
                                   ……………………………
           
            Y ¿cómo explicar la transformación del “mar” de Manrique por el “amor” de Núñez? ¿Qué extrañas relaciones los unen? La contestación la encontramos también en el propio código literario del poeta, y cuya interpretación la expongo a continuación.  
            Si Vicente Núñez sabía que el “mar” connota en la tradición literaria “muerte”; si, para él, “el mar es la esmeralda del ensueño del mundo, / la locura argonáutica y el insondable anhelo / de incendiar los océanos de extremas rojas!”; si, además, como viene a decir un principio que vertebra toda su poesía, el amor es muerte que da vida, era esperable la sustitución de un término por otro, debido a la asociación insólita de ser dos realidades que se descubren en “el último encuentro”, según canta el poeta en estos cuatro alejandrinos:

                                   Amor que me dejaba al pie de las iglesias
                                   -ah, el matinal pitillo en los fragantes atrios-;
                                   horas de predominio, muro contra la muerte.
                                   Ya no puedo acordarme del olor de las lágrimas.

            Pero cabe otra exégesis de tipo fonético para elucidar el cambio de “mar” por “amor”, que no es opuesta a la anterior solución, sino complementaria. En efecto, leyendo los tres versos de uno y otro lírico, y teniendo presente otra versión del verso manriqueño que dice: “que van a dar a la mar,”, es muy posible percibir una semejanza de tipo casual entre “a-la-mar” y “al-a-mor”, en cuyo caso el poeta habría sido guiado por una paronomasia o annominación. (Alguien podrá argüir que esta interpretación es más extraña. Pero no es descabellada, sino posible.)
            En conclusión: desde un punto de vista lingüístico-literario, Vicente Núñez ha conseguido no una mera variación léxica, sino una transformación, y no en cuanto a la estructura de la doble imagen de Jorge Manrique, sino con relación a su sentido, porque el término subyacente “río” ha adquirido por primera vez, que yo sepa, el significado de “amor”, y no el de “muerte”, ni el de “vida muriendo”, como ocurre en otros poetas de la época del autor de Ocaso en Poley: B. de Otero, R. Molina, etc., o posteriores: Ángel González. Aún más, en su transformación ha sabido incrustar el sentimiento de la ironía y la burla, porque Vicente Núñez sabe muy bien que la literatura es una “impostura exquisita”, una incomunicación y un “delito”, según él escribe en su El suicidio de las literaturas: “Atroz diálogo el de la literatura contra lo ilegible. Porque se consolida la fricción absoluta con el orden de la sintaxis, como si ya en la escritura se hubiera hecho añicos el artificio de la realidad, que la rechaza de plano, la tolera e incluso la ampara”. En Vicente Núñez, pues, por su donosura verbal, inteligencia y sensibilidad, lo tópico se ha tornado en algo inusitado.

  

José María de la Torre



[1]Artículo publicado por vez primera. Fue escrito en septiembre de 1989.

No hay comentarios:

Publicar un comentario