martes, 30 de abril de 2013

RAFAEL LAFFÓN Y EL GRUPO “CÁNTICO” DE CÓRDOBA

RAFAEL LAFFÓN Y EL GRUPO “CÁNTICO” DE CÓRDOBA[1]




 Por José María de la Torre.
           

            Rafael Laffón es uno de esos grandes poetas universales poco conocidos por causas que no vamos a entrar a analizar, puesto que un trabajo de estas características nos lo impiden. Aquí sólo trataremos sobre las relaciones entre el poeta sevillano y el grupo “Cántico” de Córdoba. Ese es nuestro objetivo, que será analizado en tres direcciones.

            1. Tres cartas de Rafael Laffón.-  La primera de ellas data del 11 de junio de 1948. Es una contestación a otra posible de Ricardo Molina, con motivo del envío del cuarto número de la primera época de la revista Cántico. Es de suponer que no fuera la primera carta dirigida a Molina, ya que con anterioridad, en 1947, Laffón publica, en el segundo número de la revista cordobesa, su poema “Dejad aprisco y lebrel”. Pero de esa no tenemos constancia alguna.
            En esta carta se destacan tres ideas: su juicio sobre Cántico, voluntad de difusión de la revista y su labor crítica y creadora. En cuanto a lo primero, podemos afirmar que Laffón está maravillado por la revista cordobesa. Lo expresa con estas palabras: “De este sólo te diré que me entusiasma y me edifica”. Y, más adelante, del poema “Plegaria”, de R. Molina[2], afirma que le enamora, por el “recogimiento e intimidad de tu casa”. Son palabras que manifiestan y resumen su delicada personalidad y pureza poéticas, pues están reflejando características de su poesía, como son el intimismo, la pasión por la belleza y el esplendor de la palabra poética. Pasa después a indicarle que empleará todos sus resortes personales y materiales para difundir y dar a conocer la revista de Molina en los medios periodísticos de la ciudad hispalense. Pero aquí también vierte su opinión sobre la poesía y deja entrever su inquietud por ella: “Ya, hace unos días, entregué a ABC una nota sobre Cántico (...); breve, pues más no me permite la mezquindad de empresa periodística; pero ya verás que te consagro, en resumen, el máximo homenaje: lo que tú mereces”. En efecto, leyendo el diario ABC de Sevilla de esa fecha, ocupa la nota apenas unas líneas pero suficientes para mostrar su entusiasmo e interés por la revista cordobesa, lo que ratifican estas palabras: “Me he ocupado -y seguiré ocupándome- de la expansión de Cántico”.

            Por último, esta carta es muy sustanciosa por lo que respecta a su labor creadora y la opinión personal sobre su propia poesía. Nos comunica en ella que, por aquellas fechas, está preparando un libro sobre la poesía española de la época, titulado Fisonomías, para una editorial argentina. También nos informa que su libro Adviento de la angustia lo dará -como así ocurrió- a la editorial “Halcón” “bajo especiales condiciones”. Esto nos demuestra que el poeta sevillano cuida de la obra hasta en sus detalles más insignificantes, puesto que la poesía, para él, no sólo es oído sino también vista.
            En relación con la autocrítica sobre su poesía, podemos leer: “He buscado en mi estilística el efecto de los modismos populares, recreados en su sentido lírico”. A continuación, nos explica el valor de tales expresiones: “Estas locuciones cobran expresión alegórica, o si se quiere, se transfiguran por aproximación al símbolo”. Y más tarde: “En las aguas impuras del idioma hay profundidades -impuras, pero densas y genéticas como un lodo del Génesis- sobre las que flota el Espíritu”. Es decir, el poeta ha de crear un lenguaje poético nuevo no ex nihilo, sino basado en la lengua de sus semejantes. Pero su poesía no hunde sus raíces en lo popular ni en el lenguaje culto, sino en el equilibrio de ambos niveles lingüísticos. O dicho con sus mismas palabras: “Lo popular y lo culto, lo vivo de ahora y los recuerdos clásicos cuentan mucho en mi poesía, sin entregarse ni a lo uno ni a lo otro”. Es por ello por lo que, en su poesía, se hallan los rasgos siguientes: el cultismo, en su doble vertiente de culteralismo y conceptismo barrocos, y el popularismo, armonizados. Pero junto a esos caracteres percibimos su espíritu intimista, también en su doble vertiente: personal y litúrgico-religioso. Con razón, pues, le dirá a R. Molina, hablando del libro Adviento de la angustia: “El título tiene una resonancia de palabra litúrgica, no usada, que viene muy justamente a mi deseo expresivo”.

            En conclusión: esta carta no sólo transmite algunas ideas poéticas del sevillano, sino también su comunión con la estética preconizada por el grupo “Cántico”, una estética aislada dentro de las corrientes dominantes de la poesía española de posguerra.
            La segunda carta que hemos encontrado en el archivo de Molina está fechada en Sevilla el 25 de abril de 1957. Pertenece, por consiguiente, a la segunda época de la revista Cántico. En ella observamos a un Laffón como puente entre la poesía más joven sevillana y el grupo cordobés. El hispalense recomienda a María de los Reyes Fuentes, de la revista Ixbiliah, de Sevilla, para que Ricardo Molina le publique en Cántico unos poemas (no sé qué poemas serían, y que -según Laffón- “son dignos”), mas no llegaron a publicarse, seguramente porque, por esas fechas, la revista cordobesa estaba a punto de desaparecer. No obstante, la carta sirvió para que la amistad iniciada entre la poetisa y el poeta cordobés no se rompiera, según prueba la correspondencia hallada en el archivo de éste. Además de estos hechos encontramos en la misma carta rasgos muy personales de Laffón, como son su delicadeza, humanidad, servicialidad...

            La tercera carta encontrada está sin datar. Pero, por sus rasgos gráficos y elementos de contenido, debe de ser de tiempos en que ya estaba desaparecida la revista Cántico. De dicha carta podemos sacar dos ideas: una, Laffón se nos muestra con una salud deteriorada, trastornada; otra, la fiel amistad entre los dos viejos amigos, que no tendría fisuras a lo largo de sus vidas, como se refleja en las siguientes palabras: “Tú eres un ángel de la amistad; tu trato, tu benevolencia. Perdóname por este año más”. Es una carta muy corta mas llena de vida y cordialidad.
            En resumen: estas tres cartas de Laffón escritas a R. Molina son prueba de una amistad que no hizo sino crecer a lo largo de sus vidas. Amistad que surgió y perduró por la existencia de una casi idéntica sensibilidad espiritual y estética. Manifiestan también que Laffón es cónsul de la revista Cántico en los medios literarios sevillanos, como nos lo testimonian las notas aparecidas en el diario ABC de Sevilla y en el hecho de poner en contacto a poetas jóvenes sevillanos con Cántico. Igualmente, prueban características personales y estilísticas de Rafael Laffón.
           
            2. Los poemas de Laffón en Cántico.-  Pero esta relación amistosa y literaria entre los dos poetas tendría poco valor si no se tuviese en cuenta la presencia creadora de Laffón en las dos etapas que duró Cántico. La presencia de Laffón en la revista de Molina nace casi con el comienzo de ésta; concretamente, en el  número 2º, en diciembre de 1947. El poema que abre dicho número es precisamente el del autor de Signo+, titulado “Dejad aprisco y lebrel”, con un dibujo del pintor Miguel del Moral. Página bella, en donde el elemento iconográfico y el literario presentan una perfecta armonía. En el número 4º, de abril de 1948, se publica “Poemas Sacros”. Son tres textos de tono religioso. En esta primera época de la revista cordobesa ya no aparecerán más poemas de R. Laffón. Su presencia la hallamos de nuevo en el número 5º, de diciembre de 1954, con dos poemas: “Anunciación” y “El camino”. Estos cuadros líricos están en un número que Cántico consagró a la Virgen. Finalmente, en el número 13, y último, de 1957, se contaría otra vez con la presencia de Laffón, con su poema “Niña del aire”.

            Todos estos poemas de Laffón reflejan un aspecto de su poesía, como es el religioso. Tal temática y tono no son pretexto para sus composiciones líricas, no es algo insincero, sino que está acorde con su vida de creyente, según declaró en la revista Cauces (mayo de 1943, Jerez de la Frontera): “He aquí un sevillano contemplativo, creyente, miope y de pocas palabras”. Son poesía, pues, sincera y vivida, y no adornada con el elemento religioso, según indican libros como Romances y madrigales (1944) y Adviento de la angustia (1948). Por otro lado, esos poemas están escritos con formas métricas y metros tradicionales: quintillas, redondillas, décimas..., y en versos cortos, sobre todo, el octosílabo, y rima consonante o asonante. Asimismo, es notorio cómo Laffón profundiza en el valor semántico del lenguaje, según observó J. de Entrambasaguas. Por su parte, R. Molina vio en el lenguaje poético de R. Laffón riqueza de imágenes y metáforas poco usuales, como dijo en un artículo suyo: “Importancia esencial de la imagen en el poema. Superficialidad de los que la estiman como adorno superfluo ajena a la substancia poética. (...) Nuestra poesía contemporánea fue hasta hace poco una poesía de imágenes con Juan Ramón Jiménez, Lorca, Gabriel Miró (...). La joven poesía española parece, al contrario, atacada de una pasmosa esterilidad. Este empobrecimiento repercute a su vez en el verbo, en el tema y sobre todo en el metro (...)”[3].
           
            3. Laffón en la crítica de Cántico[4].- Ricardo Molina sabía muy bien del valor estilístico de la poesía laffoniana, y ello porque comulgaba con su estética. La página que nos dejó sobre la poesía del sevillano, al que tanta alegría le proporcionó, constituye un resumen de las ideas estilísticas que el mismo R. Laffón expuso en el proemio del libro Poesías, y en la carta anteriormente comentada. La crítica queda estructurada en cuatro partes. La primera tiene un carácter introductorio y un sello argumentativo contra las estéticas imperantes. Por eso, dice R. Molina: “Ahora que la humanización de la poesía infunde calor y vida nuevos al poema, (...) ha sucedido una poesía opaca, impermeable a los problemas del arte, rebosante de pretensiones filosóficas, obsesionada por el problema del hombre”. Y sigue con estas certeras palabras: “Pero la poesía es -y fue siempre- algo más que un testimonio psicológico o un documento de la vida interior o la constatación de las impresiones del mundo externo en el espíritu; es ante todo arte, encantamiento, sensible delicia, “splendor”. Más adelante fundamenta su crítica afirmando que un poema es tal cuando la expresión y contenido están en equilibrio, como se percibe en estas palabras: “Pendientes del sentimiento y del concepto olvidamos que la poesía es palabra, transubstanciación del hombre en verbo, como diría V. Aleixandre, y que la palabra en el verso no es la sierva sino la esposa del concepto, situada en el mismo plano de señorío de él”. Y concluye indicando que uno de los poetas que podían salvarse de tan pasmosa realidad es R. Laffón, entre otros: “De aquí la dificultad de encontrar hoy un poeta tan esencialmente artista como R. Laffón, cuya obra, antítesis del desaliño formal en boga, es un ejemplo de arte quintaesenciado donde parecen deslizarse las calidades más exquisitas del lenguaje, los más finos matices de nuestra poesía”.

            En el siguiente apartado expone Molina el rasgo esencial de la poesía de Laffón: el valor plurisignificativo que adquiere la palabra en el contexto poético, por la semejanza al símbolo. A continuación se detiene en analizar otra característica muy peculiar del vate sevillano, como es el equilibrio entre la palabra culta y la popular, engarzando de esta manera con la más rica tradición literaria española en su doble vertiente. Por último, Molina termina su exposición argumentando que la poesía de Laffón es una poesía totalmente humana, religiosa y profana, que no desdeña ni la forma ni la expresión.





[1]El artículo se publica por primera vez. Fue escrito en mayo de 1985.
[2]Vid. Cántico, nº 4 (abril 1948), p. 9, ed.facs. 59.
[3] R. Molina, "Decadencia de la imagen", Cántico, octubre 1947, p. 12, ed. facs. 14.
[4] Vid. Cántico, nº 6 (agosto-septiembre 1948), p. 11, ed.facs.93.

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