viernes, 3 de mayo de 2013

PRESENTACIÓN DEL LIBRO SALMO DEL ÁNGEL CAUTIVO

PRESENTACIÓN DEL LIBRO SALMO DEL ÁNGEL CAUTIVO
(RICARDO MOLINA Y LA CRÍTICA): GESTACIÓN Y EDICIÓN
           
           

José María de la Torre



            Este libro mío constituye el tercer pilar en el que se asientan los estudios que he llevado a efecto sobre el animador de la revista Cántico de Córdoba. Nace como ramificación de un capítulo que abrí en mi tesis doctoral sobre la vida y la obra poética de Ricardo Molina allá por el lejano año de 1989, cuyo objetivo principal consistió en revisar lo que se había venido diciendo sobre el poeta de Puente Genil. Titulé aquel apartado “La crítica ante la poesía de Ricardo Molina”. En aquel momento me encontré con que, cuando G. Carnero publicó en 1976 su libro El grupo “Cántico” de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de postguerra. Estudio y Antología, su obra levantó una gran polvareda entre poetas y críticos de generaciones anteriores, porque él, y con él los demás “novísimos”, enarboló la reivindicación de la estética de la revista cordobesa Cántico y las de sus poetas. Enfrente, como acabo de referir, tanto el autor de Dibujo de la Muerte como sus compañeros de generación  chocaron con aquel grupo de poetas, críticos y estudiosos que preconizó que los poetas de Cántico disfrutaron de un buen trato recepcional en su momento según exigía su valía literaria. Así, Luis Jiménez Martos le respondió a G. Carnero: “Ciñéndonos al ámbito que importa, con sus limitaciones en todas partes del universo mundo, lo que yo pregunto es si de verdad el grupo “Cántico” -Ricardo Molina, Pablo García Baena, Juan Bernier, Mario López y Julio Aumente- ha sido tan materia de ignorancia como se dice” (“La revista Cántico y sus poetas”, La Estafeta Literaria, nº 599, 1976). Y, tras citar algunos manuales y antologías que incluyeron a los poetas cordobeses, afirma: “Si Guillermo Carnero hubiese añadido a sus comentarios una bibliografía crítica sobre dichos nombres, habría podido comprobarse que tal silencio no existió nunca” (“La revista Cántico y sus poetas”, La Estafeta Literaria, nº 599, 1976). Por su parte, y en este mismo sentido, Antonio Tovar escribió: “Carnero insinúa, como es costumbre, que ha habido conspiración de silencio sobre los poetas cordobeses de “Cántico”. Pero la verdad es que todo es un poco exagerado. Ni los poetas de Córdoba estuvieron solos, ni, sin negarles nada de su excelente calidad, fueron los únicos en representar una poesía exigente” (“El tema de la poesía española de postguerra”, Gaceta Ilustrada, nº 1047, 1976). Con el paso de los años aparece en escena otro conjunto de críticos que pretendió conciliar posturas y resolver en síntesis la antítesis histórica. Dentro de ese conjunto podemos incluir a Manuel Mantero y, más tarde, a Pedro Rodríguez Pacheco, entre otros. El poeta y crítico sevillano afirma: “De verdad, el grupo “Cántico” estaba  necesitado de una revalorización, aunque algunos de sus poetas siempre tuvieron la consideración de otros poetas y críticos -no muchos-, lo que impide hablar en bloque de un mal trato por la crítica” (1986: 333). Lo cierto, no obstante, es que ningún crítico en liza probó su tesis con testimonios irrefutables. O sea, ninguna de estas tres opiniones halla apoyo en la evidencia. Consecuentemente, ante esas presuntas proclamas voluntaristas, se imponía una investigación que arrojara luz y resolviera el problema planteado. Y a esa tarea, aunque ardua, me he dedicado desde 1983, fecha en que empecé a armar mi tesis doctoral sobre el poeta Ricardo Molina.
            Para hallar la solución hube de internarme en la gran selva de las publicaciones y beber en las más diversas fuentes. Así, en primer lugar,  consulté obras e historias generales de la literatura española de hasta la primera mitad de los 70. Poquísimos son los manuales e historias de literatura española que mencionan el nombre de R. Molina o estudian su poesía, comparándolo con los de otros miembros de su misma promoción. Menos suerte hay aun con los textos de literatura española de enseñanza media o secundaria. Lo mismo podríamos afirmar de las antologías poéticas, aunque en este género de publicaciones el nombre de Ricardo Molina figura con alguna más profusión, pero apenas dan noticia de su obra. Ante esa escasez me encaminé, en segundo lugar, a las publicaciones periódicas. Revistas y estafetas literarias de la época, periódicos nacionales, provinciales y locales, encartes, separatas, etc., etc., traté de darles alcance.    Agotada también esta fase de rebusca bibliográfica, y considerando que era inútil seguir rastreando en ese vasto terreno, ordené las fichas que había ido componiendo cronológica y alfabéticamente por períodos o ciclos críticos. A tal fin, he de indicar que, apoyándome en las fechas de las publicaciones de los distintos poemarios del autor de Elegía de Medina Azahara y otras circunstancias culturales e históricas (muerte del poeta, reivindicación del grupo “Cántico”, aniversarios de la muerte de Molina, homenajes, cambios de gustos estéticos...), establecí cinco etapas críticas, en las que fui insertando las entradas de las papeletas o cédulas. La primera abarca desde 1945, fecha en que se publica el conjunto poético de El río de los ángeles, hasta 1950, pues Corimbo, galardonado con el entonces prestigioso premio Adonais de poesía, será el último libro que edite R. Molina en los postreros meses de 1949. La segunda se inicia en 1951, porque la crítica apenas atiende ya a la poesía de Molina. Adviene una tregua no deseada por R. Molina que finaliza en 1957, cuando edita, tras varios intentos anteriores, Elegía de Medina Azahara. (La crítica se ocupa de esta obra dentro de este ciclo hasta 1958, según mis exploraciones.) Llega otra retirada de R. Molina de la escena pública, más larga que la anterior, pero tampoco querida por nuestro autor, pues alrededor de 1957 Molina intentó publicar A la luz de cada día. De cualquier forma, esta tercera época, que se inició en 1965 (con la publicación del artículo de Fuentes Guerra), acaba en 1968 (año en que muere el poeta). Entre una y otra fecha tienen lugar las publicaciones de los últimos poemarios en vida de Molina, como son La casa (1966) y A la luz de cada día (1967). En 1973 la editorial Visor da una llamada de atención reeditando Elegías de Sandua, Tres poemas y Corimbo (1945-1949), con el título común de Poesía. Se inicia así una paulatina rehabilitación de la poesía de R. Molina que llega hasta 1982. Conforma este período la cuarta etapa. Como el punto de inflexión lo constituyó la publicación de su Obra poética completa ese año, así como la edición facsímil de la revista Cántico (1983), comienza una quinta y última etapa en la historia de la recepción crítica de la poesía moliniana, que va desde la aparición de dicha Obra poética completa hasta el presente. No obstante, durante estos últimos veintitantos años podría hablarse de distintos momentos de tensión crítica.
            En consecuencia, el resultado grueso de todo ello -no fragmentario, aunque tal vez sí incompleto, como vengo a decir en la obra que hoy presentamos- estaba recogido, en un principio, en unos ciento cincuenta folios, o sea, para ser concreto, hasta la página 165 de la obra presente. Pero a aquellos folios fui añadiendo casi otro tercio de la totalidad de la obra, por las razones que diré después.
            ¿Y una vez leídas esas páginas a qué resultado se llega? Ante nuestra vista se despliega una serie de conclusiones, de las que entresacaré la siguiente, por ser la tesis mollar que encierro en la obra: La crítica sobre la poesía del poeta cordobés fue desigual e insuficiente entre 1945 y 1968, pero, sobre todo, desde 1950 hasta 1968, porque el ciclo creador de Elegías de Sandua fue muy bien reconocido por los críticos, si bien es a partir de 1982 cuando la poesía moliniana concita las miradas de los estudiosos.
            Si nos fijamos ahora  en los rasgos principales de la publicación, destacaré cuatro: Primero: Salmo del ángel cautivo (Ricardo Molina y la Crítica) es elogiosa, pero no aduladora, cuando el crítico o estudioso de Molina acierta en su opinión; segundo: es crítica, pero sin vituperar, cuando se confrontan lecturas o interpretaciones sobre la poesía del autor de Elegías de Sandua; tercero: es hermenéutica, pero sin imponer una única verdad, en cuanto pretende penetrar o profundizar en aquellos aspectos que yerran los estudiosos que me precedieron; y cuarto: es denunciadora, pero sin acusar, cuando se cometen abusos por creerse algunos críticos dueños de esta parcela del saber.
            Ahora bien, como es harto conocido, estudiar, escribir, crear no le sirve de contento a ningún investigador, crítico o escritor si no lo da al lector, y no porque yo sea especialmente partidario del axioma “sólo existe aquello que es noticia”, sino porque toda creación o publicación la concibo como una comunicación entre los hombres. Es así como las sociedades progresan científica, cultural y humanamente. Y es a través de esa vía mediante la cual se busca la verdad del hecho crítico-literario. En consecuencia, una vez compuesta la obra hay que publicarla. Y este es un escollo que es necesario salvar si no desea uno que su trabajo quede baldío, se reduzca a lastimosa reliquia. En el caso de Salmo del ángel caído (Ricardo Molina y la Crítica) el camino ha sido señaladamente difícil por su mismo carácter académico, cuyo público lector es muy reducido por desgracia. Contaré, pues, la historia de la edición.
            Mi colega y amigo José Antonio Moreno Jurado, poeta él sevillano de la llamada generación del “mayo francés” o la de los “novísimos”, aunque él nunca se adhirió a esa etiqueta didáctica o escolar, al conocer el origen de este trabajo, poco tiempo después de leer yo mi tesis doctoral sobre la vida y la obra poética de Ricardo Molina en la Universidad de Granada, me recomendó publicarlo. Pese al halago, me determiné a esperar la ocasión. Transcurridos unos meses, alentado de nuevo por su palabra, opté por llamar a las puertas del palacio sonoro de la Fama para que resplandeciera la verdad, al menos mi verdad, que prevalecerá hasta tanto no demuestren otros colegas la suya. Pero yo, por aquellos días, le dije que no conocía a directores o responsables algunos de editoriales, ya que yo estaba ceñido, atado a mis clases de instituto y a mis lecturas e investigaciones lingüístico-crítico-literarias. Él, que sí conocía este complejo mundo de las editoriales y de las publicaciones, me propuso me dirigiera en su nombre a Manuel Aragón Pariente, a la sazón director de la colección “Los Poetas. Serie Mayor” de Ediciones Júcar. Con la inocencia propia del bisoño le escribo una carta ofreciéndole el estudio para su posible publicación en aquella colección por él dirigida. El 11 de enero de 1990 me contestaba lo siguiente, con respecto al asunto: “Los originales comprometidos ya hacen imposible contraer nuevos compromisos en los próximos cinco años. Créame que siento no poder atenderle, teniendo en cuenta de que viene de parte de mi buen amigo José Antonio Moreno Jurado”. Aquel día deduje que la Fama vive rodeada de la falsa Alegría.
            Más tarde me pongo en contacto con Antonio Rodríguez Jiménez, responsable de la colección Paralelo 38 de la Fundación Cultura y Progreso, así como director de Cuadernos del Sur del Diario Córdoba, como seguramente se recordará. Le sugiero la posibilidad de editar esta obra mía en aquella colección. Acepta en principio, pero, al comentarle y hablarle sobre el hallazgo del Diario de Ricardo Molina, cuyo estudio y edición tenía yo preparados para darlos a la imprenta cuando la oportunidad se presentara, optó por entregar al público esta última obra. Se fue al traste el plan y la gestión se truncó, aunque ganó el autor de El río de los ángeles. En aquel instante caí en la cuenta de que la Fama está cercada por la Sedición, en el buen sentido del término.           Poco después, marcho al extranjero en calidad de Asesor Lingüístico de la Consejería de Educación y Ciencia de la Embajada de España en Marruecos con sede en Casablanca a la vez que como profesor de Español en dicha Universidad. Corrieron los días, los meses y los años, y la publicación durmió el sueño de los justos. Entonces bajé de las nubes y percibí que la Fama está ceñida por los Falsos Rumores.
            Andando el tiempo, a mi vuelta ya a España, la obra iba creciendo y estructurándose de forma diferente, puesto que los estudios sobre la poesía de Ricardo Molina se ensanchaban. Llegado, pues, a un punto, con motivo de aniversarios y homenajes relacionados con la revista Cántico o con alguno de sus componentes, llamé otra vez a las puertas de algunas editoriales. Mas las esperadas respuestas se trocaron en silencios, evasivas, pretericiones… O sea, que cayeron en el vacío. Así, dirigiéndome a una afamada editorial andaluza, me dio pares y nones. Yo me acordaba del artículo “Vuelva usted mañana” de Mariano José de Larra. Envié un e-mail al departamento responsable de la susodicha editorial en el que adjuntaba un archivo con una copia del original. Al cabo de los meses me contestaron mediante un correo electrónico que era un trabajo muy interesante, pero que tenía que pasarlo a supervisión. La respuesta final fue que la obra constituía un estudio “muy bueno, sesudo y solvente”, mas su lugar natural era una editorial universitaria. Como los Servicios de Publicaciones de las universidades suelen ser endogámicos, no tuve ganas de que al menos en tres universidades donde conozco a responsables de los mismos se echaran a la gresca por una publicación mía. Por tanto, le respondí a aquella editorial que destruyera la copia enviada por mí a través del soporte informático. En aquellos instantes entendí que la Fama está asediada por el Error.
            En 2009 remití a una entidad financiera de Córdoba otra copia del original para su publicación. En una carta, firmada por el gestor de la misma, se me agradece la confianza puesta “en nuestro servicio editorial esperando poder complacer su solicitud el año próximo de acuerdo con nuestra disponibilidad presupuestaria”. Pero con anterioridad, en abril de ese mismo año la presento, bajo plica, a un premio de investigación literaria. El fallo del premio se adelantó un mes, con relación a la fecha prevista. Ocurrió el 23 de junio. A mí me da la impresión de que dicho concurso está orientado, pero no lo dicen las bases, a premiar trabajos de investigación como tesis doctorales o de ámbito universitario, pues, según me confesó una profesora (eludo nombres para no perjudicar a nadie), un componente que formó parte del tribunal que juzgó su tesis doctoral le exhortó insistentemente a que la presentara este año de 2010 al susodicho concurso. A pesar de su insistencia, el laurel no recayó sobre su cabeza, sino sobre la de otro investigador del círculo del jurado, según opinión difundida. No dispongo de mejor información. Aquel día vaticiné que la Fama es una diosa coronada por el Hado y no por Minerva.
            Al mismo tiempo, o pocos días después de concurrir a aquel certamen, le escribo a dos editoriales más. Tuve esta contestación: me aconsejaron que me dirigiera a alguna institución pública o privada para que se hiciera cargo de los gastos. “Yo carezco de contactos de esta índole”, les respondí. Entonces recordé que la Fama era vana e interesada.
            Pues bien, a pique de dejar nuevamente el Salmo del ángel cautivo olvidado en el cajón de la mesa de trabajo, en un encuentro casual con Eduardo Mármol, le hablé sobre mi trabajo. Apostó decididamente por su edición desde que conoció las líneas maestras del mismo . Estudiamos y analizamos los caminos viables de publicación. Él, experto gestor y fino editor, hizo lo posible porque saliera de las prensas de la Editorial Edisur y no siguiera más tiempo en las tinieblas. Pero no fue posible. Se fue todo otra vez al trebejo. De donde deduje que la Fama es lisonjera.
            Ante ese contratiempo, y estando dispuesto a sufragar la edición de mi bolsillo, por mi interés en el asunto, me pongo en contacto con Manuel García Iturriaga, quien acepta mis condiciones económicas y las de la Fundación Juan Rejano de Puente Genil. Entonces reflexioné que la Fama se me presentó como fiel Desdémona sin culpa. Consecuentemente, la suma de estos tres factores, el maestro impresor de Rute, la Fundación Juan Rejano de Puente Genil y mi propio mecenazgo, son los que han posibilitado el nacimiento de Salmo del ángel cautivo. Ricardo Molina y la Crítica. Y aquí está la criatura, ya hecha realidad y editada, para que el lector la disfrute, como yo la gocé viéndola crecer intermitentemente durante cerca de treinta años.
            Para finalizar, solo les advertiré que el libro aprisiona, si es que posee un valor crítico, un peso añadido: el fino, elegante y bello ángel cautivo de “pétalos de viento suave” que figura en la portada del mismo. Solo porque entre en casa la frescura catártica del ángel de Liébana vale la pena conservarlo.



Muchas gracias.


Córdoba, 8 de noviembre de 2010


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